14
abril
2010

Rosa descubre una casa de abuelos


Noveno Taller de Teatro de Títeres. Matanzas.

No temas hombre a la hoja verde que surge del tallo endurecido, a la espina que hiere y no mata, al pétalo encorvado y organza suave de mil capullos. No intentes esquivar el viento alrededor, ese que la peina con soplos de suspiros, que la mueve al límite de lo obtuso, que la seduce con la seguridad de un caracol. Y no pienses en negar su esencia constante, pura, rica, blanca, etérea, torrencial no porque la malgaste en un arrollo entre la selva, sino porque la encausa en el hilo de una lágrima o en el goteo pausado que baja desde una nube. Pero tampoco no le temas, no la esquives, no la niegues, ríe con sus labios, muévete al compás de sus pies, al ritmo de su quietud enérgica. Silencio hombre que viene Rosa, la del estanque de los sueños, la cuidadora del pentagrama de acciones físicas, de la que te hablé antes.

Ha venido Rosa Díaz, directora de la compañía La Rous procedente de Granada, a compartir en la ciudad de Matanzas todo su esplendor en el escenario, un destello en este Taller de lo que presenta la delegación española. Llega quizás a dislocar un mundo de títeres insomnes en la noche de luna nueva, que se han convertido en reglas sin jorobas cuando los ponen encima de un retablo o a pintar garabatos en un telón. La casa del abuelo, unipersonal que presentó en la Sala El Mirón Cubano, transformó mi pequeño mundo teatral en un andén de preguntas esperando a trenes que no sé si vendrán, porque lo visto colmó de manera tal mis inquietudes escénicas que parece incierto el hecho de tener grupos titiriteros presentando espectáculos escasos de originalidad, derrochadores de recursos o sin objetivos claros.

El asombro primeramente por haber tenido la oportunidad de cursar un taller con la directora relacionado al trabajo del actor sobre sí mismo, y ver aplicada cada lección en una perfecta historia, tan simple, pero aun más compleja por el uso de objetos y figuras representadas sobre un escritorio. Una historia que seguramente toca puntos individuales del ser de cada persona asistente, que revuelve los sentidos para acompañar los movimientos, las luces y la música.

Cuenta la titiritera o nieta crecida, el recuerdo de sus abuelos en la casa familiar, vuelve a sentir a través de unas figuras diseñadas con cosas diversas y complementadas para lograr las características físicas de sus personajes, el aroma de la madera del buró, el

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